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Muchas veces escuchamos: Sigue tus sueños… persigue tus deseos… Pero en más de una ocasión resulta que nuestros deseos no nos llevan a nada bueno. Nuestros deseos y fantasías muchas veces inconscientemente, buscan fines imposibles o dañinos para nosotros, y se convierten en terribles obsesiones.

Cuantas veces no hemos visto a nuestros amigos (o a nosotros mismos) obcecados en amores tóxicos que todos sabíamos que no llevaban a nada…

Cuantas veces no hemos visto (o vivido) amistades dañinas que se enfrentan una y otra vez con el muro de la desilusión…

Cuantas veces no hemos visto a nuestros allegados (o a nosotros mismos) pidiendo a los demás que cambien o que nos den lo que no nos pueden dar….

Y es que nuestro inconsciente se cree Dios. Es como un niño caprichoso que lo quiere todo, que se siente capaz de cambiarlo o conseguirlo todo, que quiere llevar a cabo todos sus anhelos y fantasías más primitivas.

Luego la vida nos enseña el absurdo de perseguir imposibles. Rabiamos, pataleamos, y a veces conseguimos darnos cuenta que hay casas que no pueden ser de ninguna manera, por mucho que lo deseemos.

Hemos de aprender a bregar con nuestro inconsciente, como si fuera un niño pequeño que está enfadado y caprichoso al que hay que limitar.

 

La manera de hacerlo es darnos cuenta de que lo que deseamos no puede ser (que una pareja dañina funcione, que una persona cambie a nuestro gusto….) pero que muchas otras cosas sí pueden ser: Elegir bien nuestras relaciones, ocuparnos de cambiar nosotros mismos.

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